Nigro Notaro Viajes

¡Viva la Toscana rural!

¡Viva la Toscana rural!

Que levante la mano quien no haya deseado alguna vez retirarse a la Toscana. Que dé un paso al frente el que no se sumerja en un estado de moñerismo absoluto cuando piensa en esas lomas idílicas donde brota fértil el cereal y la vid.

Es lógico sumarse a este sentimiento colectivo, y más aún si se recorre su campiña huyendo de las ciudades superstar para perderse por las calles de sus 10 pueblos más bonitos. La lista sería infinita, pero esta selección merece que, por lo menos, se abroche cada uno el babero y no pierda de vista la insulina.





San Gimignano, el Manhattan toscano
SAN GIMIGNANO. Lo más parecido a Manhattan durante la Edad Media es este pueblecito hiperturístico. La comparación no es gratuita ni por pura retórica, simplemente sale sola cuando se observa su skyline, plagado de torres que aguantan estoicas el paso del tiempo y el sube y baja de los guiris. Una vez se regresa a ras de suelo, no sin antes haber gozado de las vistas idílicas de la Toscana en todo su esplendor, San Gimignano mejora cualquier decorado de cine, con piedra a raudales, iglesias atractivas a mansalva y plazas con encanto plagadas de pizzerías y heladerías.





Montepulciano, la lucha entre lo medieval y lo renacentista
MONTEPULCIANO. Por las calles de este enclave se percibe una lucha constante entre lo medieval y lo renacentista. El primero aporta ese bendito caos de callejuelas nerviosas, puertas de madera y arcos defensivos. Por su parte, el Renacimiento remata la jugada levantando auténticos monumentos que, aunque brillan por separado, le dan más mojo si cabe a la visita. Es inevitable plantarse ante su ayuntamiento y no pensar en el Palazzo Vechio de Florencia, o mirar su desconchada catedral y no acordarse de Bolonia. Y todo en apenas dos pasos, haciendo que la vida se ralentice y triunfe el paseo parejil de manos entrelazadas y beso en cada farola.





Volterra, la sonrisa etrusca de la Toscana
VOLTERRA. Es la sonrisa etrusca de la Toscana, la capital de aquella vieja civilización y otro orgullo medieval para la región. Este pueblecito es sinónimo, cómo no, de paseo, pero también de un encuentro frente a frente con su potente historia. En apenas medio día se puede disfrutar de unas murallas etruscas, de un museo arqueológico dedicado a este pueblo pre-romano, de un teatro romano, de una fortaleza Medici y hasta de un palacio medieval con pinacoteca incluida.Tampoco falta su Duomo, donde no solo maravilla su arquitectura, también sus frescos y esculturas.





Monterrigioni, 'La vida es bella'
MONTERRIGIONI. Este pedazo de paraíso pegado a Siena aúna dos de los elementos característicos de un pueblo bonito. Primero, la colina, ya que Monterrigioni manda y controla los campos desde su particular trono. Segundo, la muralla. Y aquí este lugar puede ponerse chulo y presumir de tener un recinto casi perfecto, con forma circular y con unas torres que imponen (y dan lustre) desde bien lejos. Viendo los pequeños jardines, placetuelas y otros rincones que desafían a la vejez es lógico entender que se quisiera resguardar de toda modernidad y servir como plató para filmes como La vida es bella o Gladiator.





Pienza es la ciudad renacentista más pequeña del mundo
PIENZA. Pienza es la ciudad renacentista más pequeña del mundo. O más bien, el reducto, porque cuenta con apenas 2000 afortunados habitantes. Y es que Piero y su mujer Giulia (por poner un ejemplo) pueden pasear todos los días entre monumentos muy fiorentinos como su ayuntamiento (con su correspondiente logia), el palazzo Piccolomini o su geométrico Duomo. Todo por culpa de la reconstrucción que ideó el humanista Eneas Silvio Piccolomini y que hizo de este lugar un ejemplo de urbanismo y belleza en el Siglo XV.





Montefioralle, pura esencia medieval
MONTEFIORALLE. Sí, Montefioralle es Medievo en pura esencia, calles empedradas hasta los topes y tiendecitas de artesanía auténtica. También es una excusa perfecta para perderse por el magnífico valle de Greve mientras se va de Florencia a Siena. Pero sobre todo es vino, es Chianti Classico a borbotones, es un mar de vides capaces de sublimar la belleza de las lomas toscanas y es una nota enoturística de color a la ya de por sí sabrosa Toscana.





¿Quién vive en la cima al borde del acantilado? Pi-ti-glia-no
PITIGLIANO. ¿Quién vive en la cima al borde del acantilado? Pi-ti-glia-no. Uf, solo con observarlo da vértigo, desafiando a la gravedad y dominando este abrupto cortado. Pero este pueblecito no se ha ganado la fama solo por su postal. También tiene gran parte de culpa su multiculturalidad, una característica que le ha llevado a ganarse el sobrenombre del Jerusalén de la Toscana. ¿La razón? Su potente combinado de restos etruscos, patrimonio renacentista y una comunidad judía que aquí sobrevivía gracias al carácter fronterizo de esta localidad (entre el Ducado de la Toscana y los Estados Pontificios). Su sinagoga y su correspondiente judería son sus mayores legados.





Montalcino, sencillamente perfecto
MONTALCINO. Es, sencillamente, perfecto. No se le puede pedir más ni mejor a un pueblo toscano. Comienza conquistando con sus pintorescas murallas que culminan en la Fortezza, controlando desde lo más alto. Este castillo tiene su momento de gloria gracias a su característica planta pentagonal, a su tour por las almenas y a sus estancias, donde destaca su pequeña basílica. Y ya la guinda del pastel la pone los clásicos toscanos, es decir, su catedral, su ayuntamiento, su palacio pintón y su Loggia. Infalible e ineludible.





Giglio Castello, con mar e islas
GIGLIO CASTELLO. ¡Eh, que la Toscana tiene mar! ¡Y también islas! Conviene recordarlo de vez en cuando, ya que en su costa hay mucho más que playas privadas y clubes apestados. Uno de los hallazgos en pleno mar Tirreno es la isla de Giglio y su principal reducto del pasado, Giglio Castello. Más allá de su buena conservación, este enclave destaca por estar rodeado de un paisaje 100% mediterráneo y por el contraste de sus viejas piedras defensivas con el azul intenso del mar.





Anghiari, el pueblo de decorados perfectos
ANGHIARI. Tengan sus gemelos y sus cuádriceps preparados para disfrutar sin agujetas de las cuestas de este pueblecito. Porque Anghiari ha hecho de su famosa batalla y de sus calles inclinadas sus dos mayores reclamos. El resto lo ponen los decorados perfectos: casas centenarias, torres defensivas y algún que otro campanario que sobresale recordándonos que estamos en Italia. Coronar esta abrupta colina significa haber descubierto monumentos como el Palazzo Pretorio, la Abadía de San Bartolomeo o el museo de la batalla, donde no solo se habla de guerras medievales, si no también del arte que este hito generó, incluyendo un (casi legendario) fresco de Da Vinci.